Antiguamente, la forma común de comerciar era el sistema del trueque, intercambiando directamente bienes y servicios por otros. Este sistema es ineficiente y lo podemos ver con el siguiente ejemplo:
Un ganadero se dedica a criar cabras y necesita trigo para hacer pan. La persona que cultiva trigo no necesita ninguna cabra y por lo tanto el intercambio directo no es posible. Un herrero si quiere una cabra para comer, pero el ganadero no requiere de las herramientas fabricadas por el herrero, pero el cultivador si requiere de herramientas para su trabajo.
Desde las sociedades más primitivas, el hombre ha necesitado intercambiar los bienes obtenidos como fruto de su esfuerzo por otros. De ese modo, el que había recolectado frutos de la tierra podía desear cambiar parte de ellas por pieles en un momento dado. Así surgió el trueque. El problema es que, en ese momento, los intercambios dependían de las necesidades de cada individuo en cada momento, siendo un trámite lento y difícil adaptarse a las urgencias inmediatas de cada individuo.
En el ejemplo citado, es posible que el cazador que tenía las pieles no desease frutos de la tierra sino bastones de madera. La tarea del trueque podía resultar ardua, ya que en primera instancia el recolector de frutas requeriría encontrar a alguien dispuesto a cambiar las frutas por madera, para ir posteriormente a cambiar ésta por las pieles. En algún momento pudo suceder que el recolector de frutas diera las frutas al que poseía bastones de madera y le pidió una nota equivalente al valor de las frutas, luego se fue con esta nota y le dijo al dueño de las pieles que si le cambiaba esa nota (la cual tenia un valor en madera) por pieles, luego podría reclamarla por madera donde el emisor de la nota (el dueño de la madera). Probablemente el poseedor de las pieles recibió la nota y no fue a comprar bastones de madera sino que se la dio a otra persona en cambio por alguno otro bien o servicio, dando origen al papel moneda. Es probable que la nota nunca haya regresado al dueño de la madera, sino que fue intercambiada muchas veces hasta su destrucción.
Al final, en toda comunidad humana acaban apareciendo ciertos bienes que son más fácilmente intercambiables que otros, de forma que los individuos los demandan, no por su utilidad, sino por su especial capacidad para circular por el mercado, para servir de moneda de cambio. En definitiva, por su liquidez. Un claro ejemplo serían los cigarrillos en el ambiente carcelario, que serían utilizados incluso por los no fumadores para cambiar por otros bienes, o los chocolates en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, producto que por su aguda escasez servía informalmente para niños y adultos como moneda de cambio de otros bienes. Éste ejemplo ilustra la necesidad de un nexo común que los una a todos y que permita el intercambio de todos esos bienes y servicios. Dicho nexo es el dinero, que facilita todas esas transacciones comerciales de una manera fácil y sencilla, favoreciendo de este modo la expansión del comercio.
El dinero que fue usado en sus inicios no es como hoy lo conocemos. Distintas civilizaciones han adoptado distintos bienes para realizar la función de dinero: alimentos, conchas, metales y piedras preciosas, etc...
Con el paso del tiempo, el oro y la plata fueron ampliamente usados como dinero debido a su valor aceptado mundialmente, la facilidad de transportarlos respecto a otras soluciones y a que son metales que conservan sus propiedades a lo largo del tiempo. Para garantizar o certificar que un trozo de metal ó moneda contenía una cierta cantidad de oro y/o plata, se comenzó su acuñación, a modo de garantía o certificación, por parte de entidades reconocidas (gobiernos, bancos), que avalaban el peso y la calidad de los metales que contenían.
Las primeras monedas que se conocen, se acuñaron en Lidia, la actual Turquía en el Siglo VII a. C.
Monedas de un tercio de estátera, acuñadas a principios del siglo VI a. C.
De acuerdo con Heródoto, el pueblo lidio fue el primero en introducir el uso de monedas de oro y plata, y también el primero en establecer tiendas de cambio en locales permanentes. Se cree que fueron los primeros en acuñar monedas estampadas, durante el reinado de Giges, en la segunda mitad del siglo VII a. C.Otros numismáticos remontan la acuñación a Ardis II. La primera moneda fue hecha de electro (aleación de oro y plata), con un peso de 4,76 gramos, para poder pagar a las tropas de un modo regulado. El motivo del estampado era la cabeza de un león, el símbolo de la realeza. El estándar lidio eran 14,1 gramos de electrón, y era la paga de un soldado por un mes de servicio; a esta medida se le llamó estátera.
Fue necesaria una evolución en la cual los Estados emitían billetes y monedas que daban derecho a su portador a intercambiarlos por oro o plata de las reservas del país. La evolución del respaldo del papel moneda es el siguiente:
En los siglos XVIII y XIX, muchos países tenían un patrón bimetálico, basado en oro y plata.
Entre 1870 y la Primera Guerra Mundial se adoptó principalmente el Patrón oro, de forma que cualquier ciudadano podría transformar el papel moneda en una cantidad de oro equivalente.
En el periodo entre guerras mundiales se trató de volver al Patrón Oro, si bien la situación económica y la crisis o crack del 29 terminó con la convertibilidad de los billetes en oro para particulares.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, los aliados establecieron un nuevo sistema financiero en los acuerdos de Bretton Woods, en los cuales se establecía que todas las divisas serían convertibles en dólares estadounidenses y sólo el dólar estadounidense sería convertible en lingotes de oro a razón de 35 dólares por onzas para los gobiernos extranjeros.
En 1971, las políticas fiscales expansivas de los EE.UU., motivadas fundamentalmente por el gasto bélico de Vietnam, provocaron la abundancia de dólares, planteándose dudas acerca de su convertibilidad en oro. Esto hizo que los bancos centrales europeos intentasen convertir sus reservas de dólares en oro, creando una situación insostenible para los EE.UU. Ante ello, en diciembre de 1971, el presidente de EE.UU., Richard Nixon, suspendió unilateralmente la convertibilidad del dólar en oro y devaluó el dólar un 10%. En 1973, el dólar se vuelve a devaluar otro 10 %, hasta que, finalmente, se termina con la convertibilidad del dólar en oro.
Desde 1973 hasta nuestros días, el dinero que hoy usamos tiene un valor que está en la creencia subjetiva de que será aceptado por los demás habitantes de un país, o zona económica, como forma de intercambio. Las autoridades monetarias y Bancos Centrales no pretenden defender ningún nivel particular de tipo de cambio, pero intervienen en los mercados de divisas para suavizar las fluctuaciones especulativas de corto plazo, con el objetivo de mantener a corto plazo la estabilidad de precios y evitar situaciones como la hiperinflación, que hacen que el valor de ese dinero se destruya, al desaparecer la confianza en el mismo o la deflación.